En el principio del camino de mi vida, en la misma ciudad del autor que escribió muchas rimas
para exaltar el alma de su tan gentil y honesta
Beatriz, mis padres me leían en voz
alta cuentos tradicionales
antes de dormir. La vida es sueño,
la vida es bella era
lo que percibía mientras veía los dibujos animados de Walt Disney
que me han dejado el espíritu soñador que tengo todavía. Cuando
aprendí a leer por mi cuenta, entre los pupitres del cole, encontré
al cerdito Lolo y
al pajarito Cipí,
hasta que mi tío me hizo conocer al gato negro
Zorba. Puede
ser que fue gracias a los cuentos de estos animales que desarrollé el amor
por la naturaleza, por sus rutas salvajes y
por sus seres vivos.
En
mi adolescencia me recuerdo como una chica
tímida e introvertida, que no tenía la picardía del Lazarillo
o de Pippi Calzaslargas;
en algunas situaciones me hubiera gustado tener una capa invisible
antes que expresar mis sentimientos o hablar con perfectos desconocidos. A pesar de eso, si Zorba le dijo a su amiga gaviota que “solo vuela el que se atreve a hacerlo”, mi amigo Juan Salvador me dijo: “tienes la libertad de ser tú misma y nada se puede poner en tu camino”. Desde entonces, desarrollé mi ánimo luchador, a ratos feminista, porque comprendí que Madame Bovary o
Sibilla Aleramo
no fueron mujercitas,
sino mujeres que lucharon por una habitación propia
aunque no siempre la consiguieron, pero lo intentaron, y pienso
que el secreto
para
lograr lo que se desea está en la frase “no te rindas”.
En
el instituto no tuve muchos novios, pero
mi “árbol
de los amigos” fue
muy frondoso hasta que, en la ventana de enfrente vi
al indomable
chico que me robó el corazón
y juntos remamos mar adentro en
esta historia
tan bonita. Aunque el esencial es invisible para los ojos,
con el pasar de los años,
me di cuenta que nuestro amor no era tan fuerte como el de Romeo y Julieta
porque cuando me fui a estudiar al extranjero,
a pesar de que me dijera “ningún lugar está lejos”, llegó el match point
de nuestra relación. Quien salió ganando, al final, fui yo, porque
él llegó a ser tan ridículo que iba hecho un esperpento.
A través de esta situación comprendí que uno, ninguno y cien mil
personajes
se esconden en cada uno de nosotros para crear correspondencias
en
la niebla
de la existencia.
De
todas formas, cuando
empecé la carrera,
la primera cosa bella fue
descubrir, que en el infinito
universo de los idiomas, la lengua
castellana y su literatura tenían un encanto especial. Aunque
no sé todo sobre mi madre,
sé que el año
pasado, ella me deseó felices sueños con una
carta a una profesora,
porque
me iba a España, no para bajarme al moro,
sino para enseñar mi idioma y mi cultura con el fin de perseguir mi
ilusión profesional. Mi padre, como es detective, aunque no es
detective de la pesadilla,
fue él que me transmitió la pasión por las historias de suspense.
Juntos vimos las series Roma criminal
y Bates motel
y fue él que me hizo conocer al director qué empezó su carrera cinematográfica con las películas western que tanto le
gustan, pero me emocioné solo con Gran Torino y
Mystic River.
He leído y visto mucho más y, por eso, os podría escribir muchas
más historias sobre lo que soy ahora. Es verdad que esta
autobiografía os puede parecer un cuento chino, pero
también aquel ingenioso hidalgo
fue considerado loco, a pesar de que sus mentiras encerrasen muchas
verdades, porque como sostiene Pereira “la
literatura parece ocuparse solo de fantasías, pero quizá diga la
verdad”.
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